domingo, 20 de octubre de 2013

Malas horas, días oscuros, noches claras.

La noche cubrió la ciudad como la sábana de la cama a la princesa pálida, de un blanco casi transparente, rozando lo enfermizo, en su piel destacaban sus labios rojos entre la luz que irradiaban sus negros ojos pintados, como no, de un negro intenso y su pelo, infinito, oscuro y claro, rubio y moreno, precioso, como un horizonte de seda al atardecer, rojo, ese color era rojo, pero no un rojo cualquiera, un rojo falso, un rojo "de mentira" que dirían los niños, un rojo como el que faltaba en sus venas, un rojo sangre desangrado sobre la almohada y cerró sus ojos y en sus párpados, él, vio la noche más profunda estrellada tras un sueño que perdura, aquellos años tan fantásticos sólo serían un baile lento, uno de esos momentos que pasan demasiado rápido...

Corría en pijama subiendo las escaleras, resbalaban sus calcetines entre escalón y escalón y sus finos y largos dedos se agarraban y soltaban de la barandilla, impaciente, parecía huir del tiempo - dijeron de mi quienes me vieron, estancados en sus vidas aburridas, aburridas como la mía - y llegó a aquella puerta de metal descorchada y empujando con el hombro consiguió sacar su dulce fuerza y desplazarla lo suficiente para no desgastar demasiado sus costillas al pasar por el fino hueco que la separaba del cielo y llegó agotada detuvo su carrera y mientras en su mente sonaba una y otra vez el final de 1999, el viento de Octubre la traía esos recuerdos que hacían sus ojos Venecia; y suspiró, suspiró lento y alzó su vista desde el suelo, desde aquellas tejas anaranjadas a la sombra de la tarde, casi noche, casi eterna por los días no vividos; y alzó su vista al cielo sonriendo y comenzó a llover sobré ella y se deshizo como si de papel fuera, como si fuese su piel de un cartón con aspecto de mármol y se oxidaron sus ideas de hojalata mientras ella sonreía y bailaba al son de su imaginación, al borde de la azotea, extendiendo sus brazos, arañando con sus uñas las puntas de las estrellas.
 
Apagando las bombillas, nunca se sintió tan grande y a la vez tan pequeña, tan diminuta y a la vez... tan inmensa.