sábado, 30 de noviembre de 2013

Bruma de un cigarro sobre el mar de mi bañera.

Hablas de ella, ella, ella... si ella soy yo porque "ella" lleva mi nombre, mi rostro y mis lunares; llegándote a preocupar por la obsesión tuya, esa, de volver a tener mi pelo enredándose en tu cuello y mis uñas clavadas en tu espalda; y viste paredes llenas de pantallas apiladas emitiendo mis labios recitando la misma canción, unos labios inconfundibles, intocables de un rojo tan intenso que quema la retina si miras dentro de esta fabrica de besos abandonada a su suerte y no dejé de aparecer en tus sueños más profundos vestida con las estrellas diminutas que mirábamos tumbados en la calzada a las cinco de la mañana borrachos de ilusiones y esperanzas, vestida de constelaciones y a pasos lentos sobre un tigre de bengala blanco lanzo todas mis miradas pero sólo me ves tú, y me desnudas con la yema de tus dedos, casi, sin tocarme ni siquiera rozar la porción más pequeña de mi piel, porque sabes que soy hilos de seda enredados y ardes en deseos de deshacer los nudos que conforman este cuerpo invertebrado de huesos, siendo, única y exclusivamente estructuras de cristal y hielo los pilares de mi sueño inconformista e ideal, donde alfombras de alambres de espino son "el camino fácil", ese que tanto deseas.

Admirando como las rosas se abren, pasando la lengua por sus espinas, sin dormir, sin sueño y con insomnio, remarcando estas ojeras de cadáver que visto desde que miro sin parar como los pétalos marchitan y precipitan y lloro porque no puedo hacer nada por parar el tiempo, resucitar las flores que ya han muerto y lloro porque no puedo hacer nada por parar el tiempo, y resucitar los colores porque ya ha llegado el invierno.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Estado de ingravidez

Fue aquel instante en el que insonoricé mis latidos con un estruendo inmenso, constante... y me vi, mirándome a través de los cristales, ventanas de vidrio tintadas que tapian el espacio entre mis costillas como un edificio de siete pisos frío, diáfano, de paredes descorchadas y arañadas, pintadas con las pupilas de los ojos de quienes clavaban en mi sus miradas; el imposible, la inmensidad y la desesperación de verme sentada en el fondo de mi cárcel, este dolor visceral, esta agonía, súplicas a mi cielo de ideas y sueños, trepando por mi vida por intentar alcanzar ese horizonte vertical, un intento por inercia en el que vuelvo a resbalar por culpa de estos zapatos de cristal cosidos a la piel de mis tobillos.

Déjame pasar sin miedo, sin esos terribles monstruos que golpean mis armarios; déjame pasar sin miedo, cerrar los ojos salir corriendo, sentir el aire, el viento... sentir como pasa el tiempo y yo veo como se degrada y pudre el mundo en mitad de un campo de margaritas, vestida de indiferencia, llorando, con la mirada tan perdida como la esperanza...

... llorando, como cuando fingí estar dormida y vi cómo te desvanecías en el haz de luz que irrumpía en la habitación, entrando por aquella gran y estrecha ventana; deslumbró mis ojos y después no estabas allí, y yo, en cierto modo también me desvanecí, y me perdí... aunque ambos podríamos decir que nuestras sombras siguen allí, proyectadas en tu pared, abrazándonos, el ayer, abrazándonos sin pensar que mañana, que ya dejó de ser hoy "puede que tú no estés"