viernes, 22 de noviembre de 2013

Estado de ingravidez

Fue aquel instante en el que insonoricé mis latidos con un estruendo inmenso, constante... y me vi, mirándome a través de los cristales, ventanas de vidrio tintadas que tapian el espacio entre mis costillas como un edificio de siete pisos frío, diáfano, de paredes descorchadas y arañadas, pintadas con las pupilas de los ojos de quienes clavaban en mi sus miradas; el imposible, la inmensidad y la desesperación de verme sentada en el fondo de mi cárcel, este dolor visceral, esta agonía, súplicas a mi cielo de ideas y sueños, trepando por mi vida por intentar alcanzar ese horizonte vertical, un intento por inercia en el que vuelvo a resbalar por culpa de estos zapatos de cristal cosidos a la piel de mis tobillos.

Déjame pasar sin miedo, sin esos terribles monstruos que golpean mis armarios; déjame pasar sin miedo, cerrar los ojos salir corriendo, sentir el aire, el viento... sentir como pasa el tiempo y yo veo como se degrada y pudre el mundo en mitad de un campo de margaritas, vestida de indiferencia, llorando, con la mirada tan perdida como la esperanza...

... llorando, como cuando fingí estar dormida y vi cómo te desvanecías en el haz de luz que irrumpía en la habitación, entrando por aquella gran y estrecha ventana; deslumbró mis ojos y después no estabas allí, y yo, en cierto modo también me desvanecí, y me perdí... aunque ambos podríamos decir que nuestras sombras siguen allí, proyectadas en tu pared, abrazándonos, el ayer, abrazándonos sin pensar que mañana, que ya dejó de ser hoy "puede que tú no estés"

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