jueves, 31 de enero de 2013

Horizontes verticales

-¿Tú quién eres?
-¿Y yo qué sé?

Yo dejaré algún día de escribir por gusto, por placer, por el mero hecho de desconcertar a mi lector más preciado, jamás. Dejaré de escribir porque no me quede absolutamente nada que decir, sin ganas de transmitir una sola palabra, idea o sentimiento. Mi literatura morirá conmigo. Las palabras que no digo, las sonrisas que no esbozo, los dibujos que me guardo, trazados con el índice en la palma de mi mano semiabierta, mientras las señales tratan de frenar la velocidad constante de una idiota en marcha, de camino a ninguna parte y con las ideas sucias o poco claras o como quieras llamarlo, tú, que sabes más que nadie, ¿no es así?

No es leer entre líneas, ni leerás entre mis textos los secretos que más allá de eufemismos o metáforas desvisto, es tan impropio de mi decir de mi lo que ni yo quiero saber.
Verme de lejos, caminar tan sola y tan callada... al borde de la madrugada, entre la noche y el día, entre la inconsciencia y el sueño, con los ojos bien abiertos y tan llenos de lágrimas que mover la mirada de mi horizonte vertical supondría el desborde de estos mares de mi rostro a los que tú llamaste ojos algún día...

-¿Y tú quién eres?- preguntó
-¿Yo?, supongo que no soy nadie, y eso es lo que más nos aterra, ¿no?, que quién amas se cansé de mirarte, de escucharte o de leerte, que lo que tienes se desvanezca, desaparezca entre pestañeos de cansancio, que nos engulla la rutina, la monotonía y sus garras nos encadenen a la desidia, vernos tan lejos de los sueños, tan cerca de ese abismo al que todos tenemos tanto miedo.
Ver la propia vida como un chiste malo de ese bromista cansado. Que pasen los años y darnos cuenta de que no ha pasado el tiempo, estancados en el mismo mar, repitiendo los pasos de un mismo baile, sin poder mirar a nadie, porque ya no quede nadie, que la soledad nos haya encerrado en ese mundo oscuro de miradas esquivas, de silencios amargos... Desvanecer tras el cielo.

viernes, 18 de enero de 2013

Me da miedo la enormidad, donde nadie oye mi voz

Ha dejado de recitar poesía porque ya no cree en las palabras que pierden su sentido al llegar al margen, comenzó a caminar hacia atrás de espaldas al presente y mirando como se aleja el pasado, con los ojos cerrados si es hacia adelante para sentir los pasos fuera de ese laberinto de hormigón que la encierra, y abrirlos cuando llegue a su destino, sin sentir si ha avanzado o ha retrocedido.

Se siente estática.  

Espera el fin del film dejando caer las hojas del otoño de entre sus dedos al agua del lago, artificial; como ella percibe el mundo que han creado por confort y un optimismo forzado, un silencio inmenso reina en sus oidos y no soporta el ruido de las mentes que provocan el desorden y rompen el equilibrio de los cables sobre los que cruza los edificios al caer la noche... sobre sus hombros, como una capa de invisibilidad ante los prejuicios de esos autómatas programados para paliar el dolor y el odio con el paso del tiempo, con el crono movimiento.

Una cosmonauta con la mirada perdida en los horizontes de los puntos cardinales, entre tejados y azoteas, entre campanarios y torres de cristales, todo aquello desaparece en las alturas y puede gritar sus miedos sin miedo, no hay quién los escuche más que el cielo y el viento envolviendo su cara con el pelo, ciñiendo la camisa al contorno curvilíneo de su cuerpo, entrelazando las nubes con sus dedos...

Cuando se fundían las bombillas del brillo de su mirada a cada día que avanzaba y se sentía por completo perdida, hundida en el fondo de la bañera semidesvestida y con el alma desangrada, cuando la enormidad la envolvió en el silencio más amargo, sentía un corazón enorme para llenarlo con el vacío.

Apareció mucho más que el principe de un cuento, de una especie en extinción que como ella no buscaba ser perfecto; devolvió la sangre a sus arterias. Encontró la sonrisa entre sus costillas y encendió las bombillas de sus ojos con sus labios eléctricos.
Bailando con sus sombras en paredes de colores.

Supo encontrar la vida que un día alguién la escondió.

  

Míranos, no bailamos tan mal.

Apareces de nuevo y en un café eres capaz de resumir todo lo que te ha ocurrido, lo que te ha traido aqui... me haces perder el tiempo escuchando tus historias; algún día me interesaron, si; pero hoy voy con las medias rotas, con los labios rojos, con los ojos negros y desde que no soy tuya me he vuelto un desastre, soy un desorden existencial haciendo puentes de naipes, cruzando las fronteras de las mentes con mi armadura de hojalata, un blindaje para esos días grises en los que la desidia empuja, me arrastra como el viento a la arena.

Fui arena y tú quisiste encerrarme en un frasco y llamarme tiempo.

Tal vez has pensado en mi, puede que más que yo en ti y mirando los círculos dibujados en el fondo de la taza, una mezcla de azúcar e impaciencia me recuerdo sumergida en el agua de la bañera, vestida aún con la ropa de aquella tarde, de pronto despierto del sopor, me hablas, y si te soy sincera mi nombre en tú boca no sonaba tan bonito, no sonaba bien del todo siendo una mezcla de "voy a decirte lo que no pienso para no decirte que de ti nunca me acuerdo" y no sé que más, no estaba prestándote atención, estaba viendo como tiraba mi vida por la borda, sin chaleco salvavidas y desaparecíamos en una puesta de sol, en un incencio sobre el mar...

Me dejaste atrás. Descosiendome la piel de los labios y enlazando las pestañas.

Puede que aún sepas dibujar sobre mi piel y te siga encantando el sonido de mis dedos tecleando nuevas historias con las que cautivar, seguirás mirando mi sombra bailar, tocar el techo con los dedos y ser transparente contra la opacidad de la pared. Extravagantes, puede.

Independientemente de todo aquello, ahora tú y yo somos seres únicos, de los que gritan al ver "que sexys son".

viernes, 4 de enero de 2013

Ballet para cornisas.

Corría el tiempo y a mi vera el frío del invierno colándose por la ventana, por la puerta, mal cerrada una boca, boquiabierta e impactada ante tus ojos, la nada en la inmensidad, la opacidad del cristal, las gotas de agua contra el agua... ¡déjame!. Déjame sola o ver tu rostro por última vez, la lentitud en el parpadeo, que yo solo pedía que aquí nunca nos atrapase el tiempo; y lloraba, tirada en el suelo y nadie vino a socorrerme, ¿sabes?, yo me sé de memoria la disposición de los lunares por tu cuerpo, el color de tus pestañas, los gestos insignificantes que de ti lo dicen todo...

Soy una sombra en la pared de tu habitación, un grito al oido.
No lo soy todo, pero soy más que el silencio.

Aprendí más de él escuchando tras la puerta que escuchando de sus labios los monólogos que inducían al bostezo, entrecortado por alguno de mis: "que interesante querido".
Esos desconocidos fascinantes, soñadores y escritores, yo encontré mi lugar entre ellos, entre los vasos vacíos, las muñecas dobladas mientras nos asomábamos por la ventana a mirarnos fijamente y sin fijarnos en el mundo.

Un viaje al infinito para esta pálida ante las lágrimas que caían a la pantalla del teléfono, lágrimas de colores y lágrimas de palabras provocando un cortacircuito en mis pupilas... y yo, escribiendo con este encanto eléctrico que os atrapa en mis tormentas.