martes, 16 de octubre de 2012

Ven y nos odiamos un rato.

Tras la máscara de plumas y lentejuelas no siempre se encontrará tu esperada cenicienta, quizá esté yo con mi pálido rostro y mis ansias de tirar por la ventana una vida sellada en cajas, con la tristeza de los días grises aunque estemos en verano, de la lluvia y los relámpagos, cruzando el cielo de tus días soleados o de mis labios rajados por hablar demasiado y escuchar aún más; me quedé sin palabras para defender mis esperanzas y no hay música en mi baile, ni luces de colores, ni brillo en los ojos, ni vida en mi vida, y camino como si el mundo apoyase su peso en mis hombros, con huesos de plomo y como si sus dedos señalándome me reprochasen que no doy todo lo que esperan de mi.

Yo de ellos no espero nada, de él aún menos, porque qué puedo esperar de ti, que quizá jamás leas esto, que cada vez que apareces en mi vida, que tengo tu asquerosa cara frente a mi y que tus palabras vuelven a provocarme el desorden, me arrebatas y derrumbas los argumentos y la poca felicidad que haya ahorrado como si se tratase de palacios de naipes construidos en el aire.
Bajo la tormenta y su borrasca de soledad, de odio y rencor hacia ti, bajo el cielo azul de los cuadros no hay más que un blanco por pintar, bajo el maquillaje hay un rostro demacrado, y como ya te dije, bajo mi odio hay un profundo amor imposible e insalubre, que me araña el alma con sus garras oxidadas y construye ilusiones que planeas saltar por los aires.

Si, tengo la sensación que por más que corra y huya de ti, por todas las puertas y ventanas que cierre, tú siempre encontrarás la forma de volver a estar frente a mi. Y eso me produce esta agonía y miedo. Pero más miedo me produce pensar que las últimas palabras que pronuncié a tu oido y que la última vez que te tube frente a mi, serán realmente las últimas y que jamás volveré a saber de ti.

Nos veremos en mi próximo entierro, ¿no?

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