miércoles, 10 de octubre de 2012

Equilibrios en el margen de cuadernos.

Bailamos, nos damos la mano y sin siquiera mirarnos a los ojos ni preguntarnos el nombre nos evaporamos como el agua de los hielos de las noches en que a oscuras yo pasaba siempre en vela, tan sola como una partida de ajedrez sin rival.

Bailamos, y tu agonía se disuelve en la saliva de los besos, y mi odio al mundo enmascarado se desnuda y me despisto siguiendo tus pasos, ¿me miras o te miro?... o nos miramos, o el tiempo ya no es tiempo, solo son los gritos de las agujas de mil relojes parados, que nunca pase el tiempo si tú y yo estamos juntos, aunque te desconozco, aunque te desconozca; aunque nunca te conozca demasiado... esta balada infinita hará que no caigamos en el olvido.

Bailamos y el mundo se desvanece, las personas y las paredes desaparecen y quedamos a la intemperie de esta ciudad por la noche, aunque el cielo no brille y el horizonte sea un cristal roto.

Tú, el espejo que sostiene la mitad de un corazón, y aunque la otra mitad solo sea un reflejo hace tanto que no lo veo completo, que no importa si te pierdes en el baile, que me pises o te equivoques, que no importe si me pierdo en nuestro baile, que te pise o me equivoque demasiado, que no importe absolutamente nada si nunca nos soltamos de las manos para seguir bailando.
¿Bailamos?

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