sábado, 15 de marzo de 2014

Ojos de porcelana

Fue aquel día y no otro, el octavo día en la hora vacía, esa, que no marca el reloj.

Y sintiéndome como yo me siento siempre, sola y con las piernas cruzadas a un extremo del sofá, contemplo los destellos de colores que escapan entre sus dedos, movimientos lentos y esa música de fondo, la que me hace sonreír, en parte, y pensar que por un momento estoy lejos de los ruidos exteriores, somos mis huesos y veinte almas más que desconocen mi desorden, y sigo sentada, y siguen en pie, bailando, bebiendo, riendo... viviendo al fin y al cabo.

Atravieso el humo como un espectro iluminado por un arcoiris de destellos, arrastrando el tacón de mis zapatos, con los ojos entrellenos, con los labios entrecortados y salgo a esa calle vacía, de madrugada, pero cuando quiero darme cuenta ya no estoy allí; ahora estoy frente a tu puerta, sonriendo como una idiota y pasando entre mis dedos los mechones de mi pelo suelto.

Pero nunca apareciste, o quizá me cansé demasiado pronto de esperarte.

Entonces veo jaulas blancas colgando de los árboles y mil cuervos escapan de ellas.
Alas negras que han nacido de mi espalda. Respiro, desde aquí se ve el sol ocultándose tras los edificios más altos de esta gran ciudad, de sus cuatro torres, su palacio blanco... incluso puedo ver la luna y las estrellas, las mentiras que se lanzan como globos hacia el aire, se siente con la brisa de la tarde la agonía de quién como yo, se encuentre en el borde del tejado, la azotea, la ventana o el balcón, ante la expectante mirada de la ignorancia, porque tú, al igual que yo, estás ahí, haciendo equilibrismos con la muerte pero nadie se da cuenta, tampoco es lo que buscas, no es eso lo que deseas, sólo quieres soltarte las manos como en tu infancia, sentirte grande y capaz de todo, perder el equilibrio y ver esas alas negras, que de negras ya son blancas.

Sucumbimos al vértigo, la altura y sus encantos, ¿no?; sí, debe de ser eso.

Sucumbimos como siempre, como a todo, y nos encontramos con la nada como suelo, con el cielo como techo, con el aire como alfombra sobre la que desvanecemos el peso de los huesos que nos forman. 

Allí nos encontramos, vestidos de seda blanca, descalzos, con los labios morados, porque no hemos muerto del impacto, no, hemos muerto del frío de la soledad y su sombra.

Es una pena, ¿verdad?, es una pena pero es verdad, la sociedad hace al artista.

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