viernes, 8 de febrero de 2013

Contigo el cielo es un lugar en la Tierra

Brillaban mis ojos tras el humo del cigarro, mis últimas palabras latiendo en el pecho, el odio tras los labios, que inhumano eres a veces querido; no comprendiste el mundo, ¿lo pagas conmigo?, adelante, acabé conmigo misma sentada en la silla desde la que escribo y se me olvidó hablar hasta que recorde que tú no eras tanto, y que yo... no soy tan tonta. Nací de nuevo. Colisioné contra el acero de mis barrotes, caí de espaldas contra el suelo, con los ojos inhundados, los labios grapados, las manos temblando, las pupilas dilatadas se contraen y el universo se expande una vez más tras ese cielo negro de la noche que rompiste mis cuerdas de trapecista y yo sin red bajo mis pies.
 
Abro los ojos, sigues aquí, las botellas por el suelo y el sol a mi espalda, los hielos quemándome los labios, perplejos, mirando las luces y los rayos a lo lejos, un mar eléctrico ante la música electrónica de esas cuevas.
No soportaba la visión simple del mundo y limitarnos a lo realista, jamás conformarnos con lo que vemos, aprender de los errores... ¿para jamás volver a vernos?, no le encuentro utilidad al hiperrealista cuadro de tu cuarto al que llamas ventana para mi es un pozo que termina en las estrellas, cada estrella es mi sueño combustionando a lo lejos con el roze de unos labios por el cuello, la forma del cristal al romperse, la marca de unos labios rojos en la mejilla.

Los tacones en la mano, la primera copa fue al vestido, el maquillaje semiborrado, las medias rotas, haciendo equilibrismo entre barcos de madera cierro los ojos, me dejo caer, caigo, caigo... caigo a tus brazos, mirábamos como Madrid amanecía.

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