lunes, 25 de febrero de 2013

Realista intrínseco.

Debí verlo venir cuando me dieron ese corazón oxidado sin remitente ni dirección. Pero no.
Mirarles desde el silencio, yo, cuando los gritos me ocultan, eclipsan mis lúcidas ideas, mis labios cerrados y las pupilas expandiéndose como un universo infinito, ante el infinito y el desgaste de las baldosas, los charcos de agua fría, agua sucia corría por mis antebrazos, tras las lentes, los cristales de colores y los márgenes estabas tú.

Un baile para dos y yo estática, aunque quizá la noche aún se presta a entrelazar sus dedos con los míos, clavar sus ojos en mis párpados y mantenerme despierta con las piernas colgando al borde de la ventana, en esta cornisa, dibujado con pinturas de cera queda mi amanecer enfrentándose a la luna, el humo y la ceniza traen recuerdos de quién fue... esa que hoy te escribe cartas que se vuelan con el viento, ¿quién?

Estación fin de trayecto, arañando las barras con las uñas desgastadas, mis párpados oscuros por maquillar el insomnio y unos labios rojos como si alguien los besara y dejaran su marca en el cuello de camisas... qué más quisiera yo que tener al menos un espectador para mis monólogos, mis tristes monólogos con la voz casi apagada y la afonía deslumbrando a tus oidos... mírame.

Quedaré sola, sola ante el viento de tu indiferencia y mis huesos serán el hielo de tus vasos, el frío de tus labios, las ruinas de los besos que quedaron en el aire.

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