miércoles, 6 de marzo de 2013

Pestañas de alambre

Indiferencia, fría, en mi rostro como el hielo de esta madrugada, te acaricio con las manos heladas y una lágrima de sal y alcohol se precipita hacia mi espalda, pues no sería esta la primera vez que me cruzas la cara sin ni siquiera tocarme.

Me siento tan pequeña que tú te haces gigante.

Sostengo el arma en mi mano, el cielo ha oscurecido, sostengo entre las manos el odio en forma de espejo; mírate, ¿ves tu faz reflejada?, los ojos con los que te miran quienes te temen. Yo me siento valiente. Valiente para morderte, besarte y volver a casa manteniendo los colores de mi horizonte. Nada torna en gris. 

Si quieres, puedes mirar las curvas sin límite de velocidad de mi sombra tras la ventana del hotel.
Te ahogarás en un vaso de agua, yo en uno de vodka y quemaré en mis labios los colores de la sombra que dibuja mi intelecto cuando el corazón oprime, presiona si se hace grande, si se unen las dos mitades para que luego te las lleves. No. No merece la pena la tristeza, la agonía e incertidumbre. Nadie me devolverá las lágrimas que por tu culpa he gastado, ni vendrán a cobrarme las sonrisas que por ti, se suspendieron de mis mejillas . Me voy con lo que tengo, lo que se fue no volverá y lo que queda por venir aún no está conmigo. 

Arrastrando las maletas por la calle, ya es de noche, como siempre se hace tarde.
Los tacones hacen eco y los gatos me miran descaradamente, las luces de esta ciudad brillan en el horizonte, me dirijo a ninguna parte sin ninguna intención de volver a verte pero con ganas de encontrarte.
Gracias, por todo, te lo agradezco como las servilletas del café.
Gracias por cuando has estado y cuando no... también.



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