domingo, 11 de mayo de 2014

Náufragos en charcos

Sus piernas pálidas y delgadas se movían descoordinadas a cada paso calle abajo y en su cabeza sonaba una y otra vez la misma canción, casi no podía escuchar sus propios pensamientos, ni podía, ni quería, ni debía hacerlo; sus ideas estaban envueltas en humo de colores y destellos de una bola de cristales que refleja toda luz que entra por la ventana entreabierta. No pararás de plantearte el porqué de todo, nunca lo harás. Y mira su reflejo en el espejo del salón, los efectos del llanto en el rimmel de sus ojos, sonríe vagamente y piensa: porqué en cuestión de segundos te destrozan todas tus barreras de contención y te derriban por completo... desconocidos de mierda, personas que no tienen nada que ver contigo, vienen como un huracán arrasando la poca vida que queda en tus huesos, como una cuchilla abriendo canales en tus labios... y es cuando te ves sentada en el bordillo de la acera, cigarro entre los dedos y una botella a medio acabar a tu lado, las medias rotas y el pinta-uñas desgastado y ves como la caja que guarda todos tus recuerdos se quema flotando sobre un charco...

No deseas acabar así, nadie desea acabar nunca, de ninguna forma, nadie desea su propio final... pero llega, y ha llegado tumbada en la cama con una fila interminable de pastillas para dormir sobre la mesilla y zumo de uva derramado por el suelo. Y en algo mientes, porque odio el zumo de uva, odio los jueves, odio el sonido del teléfono una y otra vez a mi lado, esperando que conteste y acabo por salir corriendo.
Subo a la azotea, a sentarme en el borde del edificio y a ver como despierta Diciembre, otro día más en esta asquerosa ciudad.

Pero tranquilo, esta vez no pienso saltar.

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