lunes, 28 de julio de 2014

Hielo rojo

Y nadie habló de mi porque a nadie le interesaba saber si estaba muerta o inconsciente, por los suelo de un lugar desconocido, despertar medio vestida y reconocer la luz del día colándose entre las ventanas, entre todos aquellos cadáveres durmientes se movía el humo de los engranajes de una felicidad tenue y tóxica que aun no había desaparecido y los vasos no llegaban a estar vacíos, imponentes los cristales esparcidos por el suelo, no sé si es cristal de espejos, de botellas, si son hielos, si son sombras... no me importa.

Yo camino inalcanzable con las botas en la mano y la chaqueta descolgándose del hombro, con los ojos irritados, con los labios descosidos y una sonrisa en el bolso, que no encuentro o no recuerdo si el que llevo es el mio. No me importa. Porque ya nada te importa, porque hago equilibrios en el borde del andén en este invierno frío y yo bailando en manga corta, entra diciembre vestido de plata blanca, de nieve, de diamantes derretidos, entra diciembre en forma de polvos y sale enero empapado con las lágrimas.

No sé a dónde me llevó el camino, porque nunca fui yo quién conducía, yo me dejé llevar por él y por otros mil igual y acabé aquí viendo como amanece, contemplando apoyada en tu hombro como cambian los dibujos y las luces, porque ni las estrellas ni la ciudad tienen siempre la misma forma, el mismo brillo intenso, ese que veo reflejado en tus gafas de espejo y me enamoro un poco más de ti, sintiendo el filo de nuevo, el borde, siendo una vez más el horizonte de quién nos mira al horizonte.

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