sábado, 9 de agosto de 2014

Bosque de ladrillos

Desde aquí veo Madrid, está dormida o soñando y ella como yo tira las llaves y se deja caer en la habitación con el gesto de tristeza usual, una caricia en mi antebrazo y parecías capaz de mover la sangre por mi cuerpo sólo con tus dedos. Nunca miraste unos ojos tan oscuros, unas pupilas en ruinas que no abren sus caminos y unos labios destruidos a base de gritos.

Un escalofrío, un temblor, una sensación de ahogo sin oxígeno a la vista por un químico capaz de concentrar mis recuerdos en una pastilla y botellas vacías quedan rotas en el suelo, sangre en la camisa, sangre en mi sonrisa y sangre en la cornisa de este octavo sin vistas nítidas; corre desde mi muñeca, y caminando por el alfeizar cae gota a gota. No veo el final de la calle pero si el final de la ciudad, cuelgan mis piernas y no dejo de lanzar papeles en llamas desde esta ventana.  

Miro hacia atrás, cojo impulso; esto es un ciclo antes de acabar conmigo misma. Me dejo llevar. Me dejo atraer por ti y ese humo denso que baila con nosotros, por el ruido y el color, la luz tenue y el destello.

Nadie puede más que tú, atravesar mi cuerpo con una flecha, y hacerme acariciar mi muñeca con el filo de esas tijeras negras; sonrío. No necesito caer ni desangrar mi cuerpo. No necesito drogar mi mente o intoxicar mi boca. 

Si tú poco a poco me vas matando y aunque preferiría morir en tus manos que saltar al vacío - pero no será así.

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