jueves, 27 de diciembre de 2012

La caida vertical.

Todo quedó a lo lejos y sus labios se cerraron como la esperanza de despertar de nuevo; alcé los ojos y encontré los suyos, mirandome fijamente pero no me veían, invisible e inperceptible... absurda.
Me sentía idiota, llorando ante un idiota. Llegó el viento arrastrando a la tormenta y la lluvia limpió la sangre de mis heridas como el tiempo limpió el dolor de mis recuerdos.

¿Cuál sería la ciudad infinita? y ¿dónde éramos tú y yo un "nosotros"?
Donde los tejados eran altos y podía acariciar a los planetas, bailar con los planetas, mirarte a los ojos y ver en ti tus galaxias, donde los secretos envolvían el suave roce de los dedos en la espalda. El rojo era el carmín y no el dolor, la oscuridad era azul y podíamos ver esas bombillas celestes, cambiar sus colores cada noche. Fugaz. Le pediré un deseo a las estrellas de tus pupilas que son fugaces si me apartas la mirada de los ojos.

"Átrevete a acompañarme"

Volvió la melodía al huir en pijama hacia el mar. El horizonte. Bailando en los tejados, en camisa y calcetines, caminando agarrados de la mano de puntillas entre las olas para no despertar al mundo, para que sigan durmiendo para que tú y yo, para que nosotros podamos seguir bailando...

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