domingo, 4 de noviembre de 2012

Por ti, por mi y quizá por nosotros.

Con las luces apagadas y con el otoño en las paredes de mi jaula, mi azotea inhundada de ideas y recuerdos, agua estancada que fluye por los ojos, por el rostro, por mis manos si consigo atrapar una de las lágrimas que huyen de mi soledad y de la tristeza de los libros que leíamos por las tardes, con el sol de frente y el invierno a nuestra espalda corremos hasta agotarnos, hasta apoyarnos en las rodillas y respirar, ¿pero qué respiramos?, el oxigeno que buscamos encerrados en estos frascos como luciérnagas, dos tarros uno frente a otro, y solo puedo verte y tocarte desde mi cristal como una ilusión como si mi mano se colocase junto a la tuya. Tenerte cerca y no poder tocarte. Ni escuchar tu voz, ni mirar tus ojos, pero sé que estás ahí porque te veo, porque me ves y sonreimos pero es efímera la sonrisa que se borra en la agonía de querer y no poder escapar. Jamás he oido tus palabras, ni he sentido tu respiracion más allá del vaho del cristal, y me matan las ganas de saber de ti, extraño, enigmático brillo entre el humo de la ciudad, de los cigarros y de los odios que se queman en el horizonte.

No puedo dejar de lado las ideas, y escribo en aquella mesa, pegada a la ventana del café, mirando embobada la lluvia sobre el cristal, sobre la acera, sobre tus pasos y los ojos que me miran, ¿qué esperaban de mi?, aún sigo preguntándomelo, y cuando no encuentro respuestas, recojo lo poco que me queda, y dejo escrito en la servilleta del café que prometas no volver a prometerme más promesas.

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