martes, 6 de noviembre de 2012

Reloj sin segundero.

Cuantas veces pensé en la soledad estando con ellos, sin llenar el vacío bruto de un interior frío, de un torax de hielo para un corazón quemado.

Muertos en la calzada, pálidos y con las ojeras de cien noches huyendo de los sueños, sin cruzar palabra ni mirada alguna, con las manos arañadas del asfalto, con las uñas arrancadas por los nervios, con los ojos inhundados porque es mas fácil hacer daño... y tú lo supiste antes que yo y siempre juegas con ventaja, y siempre todo está en mi contra y yo, sola ante las tormentas y ante el tiempo, ante el invierno y las dudas, ante diálogos como crucigramas, como adivinar tu próxima frase y quedarme sin palabras, y sin tiempo, sin cartas y perder el norte, las formas, los nervios y perder el conocimiento. Despertar lejos.

Solo quiero un caballero sin caballo ni armadura, ni espadas con las que atravesarme el corazón, sin unos ojos de plomo a los que les pese mirarme y sin los labios soldados para jamás hablarme, sin un corazón de hojalata que se oxide con el aire que se atrapa entre los labios si me besa.

Quizá aquel tenía razón y yo debi haber avandonado mis ilusiones cuando aón no era demasiado tarde, y no dejar embaucarme y perderme por el mundo de la esperanza y de los sueños, donde él era perfecto y yo no era tan estúpida.

Solo quiero que me quieras y quererte.
Solo buscabas una cara bonita a la que gritar lo que esta soledad te da y te quita.

Y cada vez que me quiero ocultar, tú... tú me conviertes en gigante.

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